sábado, 20 de noviembre de 2010

UN SECRETO ESCONDIDO. Capítulo 5

Acudí a la plaza donde Trent tenía que recogerme. Las tres horas que acordamos ya habían pasado y no aparecía. Esperé media hora más antes de irme de allí, fijándome en todo lo que acontecía a mi alrededor y con la sensación de que algo iba mal.
La angustia empezó a dominarme, cada rostro que se cruzaba en mi camino me parecía amenazador o, en el mejor de los casos, sospechoso.
Una mujer de avanzada edad se acercó a mí, caminaba a duras penas con ayuda de un bastón, parecía preocupada.
-¿Está usted bien señor? Tiene muy mal color, ¿necesita algo?
La verdad es que no me encontraba en perfectas condiciones pero aceptar la ayuda de una anciana me parecía deplorable.
-No gracias señora, estoy bien, un bajón de azúcar simplemente.
-Vaya al médico, no tiene buen aspecto hijo.
-Vale, gracias, hasta luego señora.
Tras alejarme de allí decidí sentarme en un banco. Tenía que calmarme, Trent se habrá retrasado y no ha podido avisarme, tarde o temprano me llamará. Poco a poco mi cuerpo volvía a la calma. La lluvia que empezó a caer, la barahúnda del tráfico y el ensordecedor tumulto de gente refugiándose bajo los portales impedían que pensara con claridad.

Darme un paseo hasta las oficinas del periódico donde se insinuaba la sospechosa muerte de mi esposa me pareció una buena opción, quizá me resolvía algunas dudas sobre todo esto.
Se me pasó por la cabeza abandonar, irme lejos, muy lejos, y olvidarme de todo. Al fin y al cabo no iba a poder traer a mi mujer de nuevo hiciese lo que hiciese, pero algo en mi interior me obligaba a avanzar, la necesidad de encontrar un culpable a quien hacerle pagar todo lo que había hecho, ese era mi único estímulo.

La entrada de las oficinas daba verdadera pena, delgadas grietas recorrían las paredes, pintadas de un gris uniforme, símbolo de la alegría que allí se respiraba. Todo era viejo y cochambroso, como la secretaria que estaba sentada en aquella mesa, que parecía no gustarle demasiado mi presencia.

-¿Qué desea?
-Vengo a ver a Mark Hennings.
-¿Sabe él de su… inesperada visita?
-Si lo supiera no sería inesperada.
-¿Qué es lo qué quiere?
Esa mujer era irritante, daba grima y me estaba sacando de quicio.
-Ya le he dicho que vengo a ver a Mark Hennings, ¿podría avisarle?
Soltó un desagradable gruñido, cogió el teléfono y marcó unos números. Tras una breve conversación me dijo que pasará al despacho del señor Hennings. En su puerta pude leer: “Redactor Jefe”

-Buenas tardes señor Hennings, soy Paul Wellstron, detective privado.
Había pensado un buen rato qué iba a decirle, en los periódicos de hoy se hablaba de mi muerte, quizá no tenía ni idea, pero era mejor no arriesgar. Lo de detective privado me pareció una buena idea para sacar información.
-Lo mismo digo señor Wellstron, ¿en qué puedo ayudarle?
Su despacho gozaba de la misma decoración que la entrada, lo cual me hizo intuir que no les iba demasiado bien. De hecho hasta esta mañana yo no conocía el nombre de su periódico.
-¿Escribió usted el artículo sobre la muerte de Sara Bale?
-¿La criptóloga? Si, yo lo escribí, me pareció muy interesante.
-¿Es verdad eso que dijo sobre que la policía tuvo dudas a la hora de calificar la muerte de Sara como accidente?
-Yo nunca miento en mis artículos señor Wellstron.
-No pretendía ofenderle señor Hennings.
-Puede llamarme Mark.
-¿Por qué tuvo dudas la policía?
-Bueno… no todo el cuerpo de policía tuvo dudas, uno de los policías que acudieron al lugar de los hechos era amigo mío. Me confesó que era todo un poco raro, no había signos de frenado en la curva y el hombre que llamó para avisar del suceso, que estaba en una gasolinera cerca del lugar donde Sara murió, testificó ante la policía que oyó un claxon a lo lejos, salió para ver que pasaba y vio pasar un coche a toda velocidad, haciendo eses y sin dejar de pitar. Al principio pensaron que Sara iba borracha. Los resultados toxicológicos dieron negativo. Entonces… si Sara estaba en perfectas condiciones… y no estaba dormida… ¿por qué no frenó? Antes de que la investigación siguiera su curso sus superiores dieron por cerrado el caso. Se calificó como accidente y quedó todo archivado.
Me quedé sorprendido de lo fácil que había sido sacarle la información.
-¿Es posible que manipularan su coche?
-Si, era una de las hipótesis, pero no se comprobó.
-¿Sería posible hablar con su amigo?
-No. Murió hace dos días.
-Vaya, lo siento mucho. ¿Cómo fue?
-Un tiroteo, ya sabe, es uno de los problemas de ser poli, acudió a una llamada por una reyerta entre bandas… y acabó muerto, él y su compañero. Espero que cuando encuentren al que le disparó lo torturen hasta morir.
-¿El compañero también acudió al lugar donde Sara murió?
-Si claro, fueron ellos dos los que se encargaron de llevar el caso. De todas formas ya está cerrado, no hay nada que investigar. Por cierto… ¿por qué está usted haciendo preguntas sobre este tema?
-La familia de Sara me contrató, ellos piensan que hay algo raro detrás de todo esto.
La única familia que tenía mi mujer era yo…
-Entiendo, pues si descubre algo nuevo no dude en decírmelo, este periódico necesita un bombazo como agua de mayo.
-Así lo haré Mark. Muchas gracias por todo. Me ha sido de gran ayuda.
-De nada, pase un buen día Paul, encantado de conocerle.
-Lo mismo digo.

Esperaba que fuera mera coincidencia que los policías que investigaron la muerte de Sara estén muertos… Pero si no era así algo muy gordo había detrás de todo esto. Tenía que volver a la cabaña para descubrir lo que me quiso decir Sara con aquel mensaje.

Nada más salir a la calle me sonó el móvil. Era Trent.
             
                          

miércoles, 10 de noviembre de 2010

UN SECRETO ESCONDIDO. Capítulo 4

La verdad es que no sabía por donde empezar a investigar. Anduve durante una hora, sin rumbo, absorto en mis pensamientos. No hubiera parado en aquel quiosco de no haber visto la portada del Washington Post, en la que figuraba mi casa. Lo que quedaba de ella.
El titular decía así:“Un hombre muere calcinado al incendiarse su casa en Brookmont.” No había lugar a dudas, hablaban de mí.
Leí con atención el resto de la noticia: “J.S. de 37 años de edad murió anoche, sobre las 22:00h, en su casa de Brookmont, en el 4108 de Maryland Avenue. No se ha confirmado aún la causa del incendio, todo apunta a un accidente doméstico ya que la policía no ha encontrado pruebas fehacientes de que haya sido provocado.”
Casi no les había dado tiempo a investigar y ya estaban anunciando mi muerte, incluso cómo fue. Supuse que con Sara usaron el mismo criterio, la explicación más sencilla es siempre la correcta, aunque en estos casos no era así.

Ahora era un fantasma, no tenía nada, salvo mi cabaña y cien dólares en efectivo. Tenía que averiguar de que iba todo esto, fuera lo que fuese le había costado la vida a Sara.
Faltaban dos horas para que Trent pasara a recogerme, así que tenía que darme prisa si quería recabar algo de información.

Pregunté a una mujer dónde estaba la biblioteca más cercana y me dirigí allí lo más rápido que pude.
Me senté en uno de los ordenadores, abrí el navegador y tecleé su nombre. Sara Bale Johnson.
Internet es un mundo demasiado grande, las entradas sobre mi mujer eran incontables. Sus artículos sobre criptología eran famosos en todo el mundo, era una eminencia en la universidad de Washington, donde daba clases sobre el tema, varias revistas científicas le dedicaban una o dos páginas en sus webs.
Su muerte había causado una gran conmoción en aquellos que admiraban su trabajo y podían leerse titulares como: “La mejor criptóloga del mundo nos ha dejado”, “La Doctora Sara Bale deja como legado una obra fantástica”…
La verdad es que no sabía mucho sobre el trabajo de Sara, tantos números y letras sin sentido aparente me volvían loco.
Los periódicos se hacían eco de su muerte, contando básicamente lo que yo sabía de antemano.

Pensaba que no encontraría nada de interés hasta que di con la noticia de un periodista, que insinuaba que la policía había tenido dudas a la hora de calificar la muerte de Sara como un accidente, pero que no había nada que demostrara lo contrario con claridad. Me apunte el nombre del periodista y cerré el navegador.

Justo cuando iba a levantarme se me ocurrió una idea, busque en Internet la frase que me había escrito Sara. Nada más ver los resultados de la búsqueda apagué el ordenador y salí de allí.
-¡Joder! ¡Cómo no me dí cuenta antes!


                                                                


jueves, 4 de noviembre de 2010

UN SECRETO ESCONDIDO. Capítulo 3

Pasé una noche horrible. Las pesadillas sobre la muerte de mi mujer se sucedían una tras otra. Se me aparecía con la cara ensangrentada dentro del coche destrozado. Me susurraba una única palabra…”Ayúdame”.
Un sudor frío recorría mi cuerpo, abrí los ojos. La luz del sol inundaba la habitación, así que decidí levantarme. Se veía el lago desde la ventana, era una vista preciosa. Sara se empeñó en comprar esta cabaña, decía que sería nuestro templo, que nadie nos podría molestar.
Al principio pasábamos aquí casi todos los fines de semana, nos bañábamos en el lago, nos tumbábamos fuera a ver las estrellas, hacíamos el amor… Más tarde la empresa para la que trabajo se empeñó en invertir en el extranjero. Me concedieron el puesto de comercial, mi nómina se incrementó considerablemente, pero pasaba semanas fuera de casa.

Sara debió pasar aquí los días antes a su muerte mientras yo estaba en Canadá firmando una venta. El escritorio estaba lleno de papeles. Tardé en ver un sobre rojo que asomaba entre los folios. Cuando éramos jóvenes nos mandábamos cartas en sobres rojos, era nuestra seña de identidad. Lo abrí y leí la única frase que escribió: “Lo esencial es invisible a los ojos”.
No tenía ni idea que me quería decir con eso. Miré el papel a través de la luz pero no vi nada extraño. Decidí guardármelo. Ya investigaría más adelante que significaba aquello. Aquí no podía hacer nada.

El sonido de la cafetera despertó a Trent, que estaba dormido en el sofá. La noche anterior insistió mucho en no dejarme solo, quería ir a un hotel, pero le informe de la existencia de este lugar.
Se notaba que había dormido poco, tenía los ojos enrojecidos y unas ojeras atroces. Seguramente había estado toda la noche sin pegar ojo hasta que el sueño le arrebató unas horas. Quizá una.

-Buenos días señor Sullivan.
Me saludó a través de la barra americana que separa el salón de la cocina.
-Buenos días Trent. Siento haberle despertado con el ruido.
-Nada, no se preocupe. ¿Qué tal? ¿Cómo ha pasado la noche?
Decidí no mencionarle nada del sobre. Supuse que Sara quería que solo lo leyera yo. Ya tendría tiempo de decírselo si necesitaba su ayuda.
-Bueno, he tenido noches mejores.
Le dejé el café en la barra.
-¿Un poco de leche o solo?
-Solo, gracias.
Le dio un sorbo y siguió hablando.
-Señor Sullivan, tengo que ir a Washington, he de ver a unos viejos amigos, quizá puedan ayudarme a arrojar un poco de luz a todo esto.
-Le acompañaré. Buscaré información por mi cuenta.

El tráfico era ligero, tardamos en llegar una hora y media. Trent me dejó en la plaza del Capitolio.
-A cualquier cosa sospechosa que vea llámeme. No le cuente a nadie lo que pasó anoche. Dentro de tres horas nos vemos aquí.
Cerré la puerta y se alejó. El cielo comenzó a nublarse. Se respiraba la humedad. Todo hacía presagiar que no iba a ser un buen día.


lunes, 1 de noviembre de 2010

UN SECRETO ESCONDIDO. Capítulo 2

Mi casa, construida en su mayor parte con madera de pino, no tardó en arder. Yo estaba tan conmocionado que ni siquiera traté de impedírselo.
Fuimos corriendo hasta su coche y salimos de allí. Me giré y vi a través de la luna trasera cómo las llamas engullían lo que una vez fue mi sueño…nuestro sueño.

-Cuando descubran el cuerpo pensarán que es usted. Así ganaremos tiempo.
Por primera vez me fije en aquel hombre, debía medir unos dos metros, era difícil adivinar su edad, tenía un cuerpo atlético y su rostro gozaba de un aspecto juvenil. Sus ojos, grises como su cabello, reflejaban el cansancio del tiempo, como huellas de una vida cargada de remordimientos.

-¡Dime quién coño eres! ¡De qué conocías a Sara!
Su mirada no se desvió del asfalto.
-Mi nombre es Demian Trent. Ex agente del FBI. Tu mujer y yo nos conocimos hace muchos años. Éramos compañeros en el instituto.
-¿Qué hacías en mi casa? ¿Por qué me proteges?
-Es complicado.
Paramos en una cafetería a unos dos kilómetros de lo que fue mi casa. Nos sentamos en la mesa más apartada, él pidió un café solo, yo un whisky con hielo.

-Sara me llamó hace seis días.
-El día en que murió…
-Me dijo que había descubierto algo. Creía estar en grave peligro. Ella comentó que estaba relacionado con su trabajo, que gente importante estaba implicada en algo gordo. Quedé con ella a las ocho de la tarde, pero ya no llegó.
-¿Con su trabajo? Yo no sabía nada, ella no me lo contó.
Trent dio un sorbo a su café, y se quedó mirándome con una expresión que mezclaba lástima y preocupación.
-¿Qué es lo que no me ha contado Señor Trent? ¿Por qué vigilaba usted mi casa?
-Pensé que exageraba, pero sus últimas palabras fueron: “Si algo me pasase, protege a Jack, quizá también esté en peligro.”

Una idea surgió en mi cabeza, junto a ella, un nudo en el estomago. Empecé a temblar, me costaba respirar…

-Señor Sullivan ¿está usted bien?
-¿Qué sabe de la muerte de mi mujer?
-Oficialmente lo mismo que usted, el asfalto estaba mojado por la lluvia, iba a más velocidad de la permitida y se salió de la carretera en una curva.
-¿Qué piensa usted?
-Señor Sullivan…creo que tengo motivos para pensar que ese accidente fue provocado.
-Quiere decir que…
-La asesinaron.


                                 

sábado, 30 de octubre de 2010

UN SECRETO ESCONDIDO. Capítulo 1

El silencio, esa era la única compañía que tenía en casa, que pese a lo ostentoso de su decoración, me seguía pareciendo vacía, desde la muerte de mi esposa.
           
Aquella noche decidí ponerme a leer, no me atraía demasiado la idea de irme a dormir, así que me senté en el butacón de piel que presidía el salón, abrí el libro y me encendí un cigarrillo.

Pasaron unos minutos hasta que escuche el primer ruido, procedía del exterior, me asomé a la cristalera que daba al jardín pero solo veía oscuridad.
-Habrá sido algún animal. -Pensé
Volví al sofá riéndome de mi mismo, me había asustado por un miserable ruido...

El segundo ruido fue mucho más intenso, pero esta vez venía del interior de la casa, de la buhardilla. Me levanté del sofá y me dirigí cautelosamente al armario donde guardaba la escopeta. Cada vez que daba un paso, el suelo de parquet crujía bajo mis pies. El corazón me iba a explotar.
Nada más cogerla noté un metal frío en la nuca.
-Suéltala y estate calladito, si te portas bien no te haré daño.
Tenía una voz desgarrada que helaba la sangre.
-Coge lo que quieras y vete, tengo mucho dinero guardado en los cajones de mi cómoda.
-No me interesa tu dinero.

Me ató a una silla y se colocó enfrente de mí. Iba vestido completamente de negro, y un pasamontañas cubría su rostro, mostrando únicamente la boca y los ojos, unos ojos fríos e inexpresivos.

-¿Dónde está?
Al hablar no mostraba ninguna emoción, parecía una máquina.
-No se de qué me estas hablando.
-No me intentes engañar.
Apenas sentí dolor cuando me dio el puñetazo, estaba tan nervioso que no sentía nada, solo miedo.
-¡Dónde está!
En medio de una total confusión vi cómo alzaba de nuevo su puño. Cerré los ojos esperando que me golpease. Pero el golpe no llegó. Al abrirlos pude ver a otro hombre, de cuya presencia ni mi agresor ni yo nos habíamos percatado hasta entonces, estrangulando al desconocido que había irrumpido en mi casa.
Desató las cuerdas y me ayudo a levantarme.
-Tenemos que salir de aquí.
La situación se había apoderado de mí totalmente, me entró la histeria y empecé a gritar.
-¿Quién era ese tío? ¿Qué buscaba? ¿Quién eres tú?
-Cállate, estoy aquí para protegerte, ese hombre buscaba algo que perteneció a Sara, algo muy importante.
-¿Qué perteneció a mi mujer?
-Salgamos rápido de aquí, corremos peligro.
                                                                                       

miércoles, 27 de octubre de 2010

CONSTERNACIÓN NACIONAL

Los medios de comunicación se han hecho eco estos días de la muerte de un pulpo. Pese a lo absurdo que la noticia pueda parecer, no es baladí, pues hoy he leído en la red de redes que: “Quien nos hiciese campeones del mundo ha fallecido en su domicilio habitual”

Su hazaña, por supuesto, merece un reconocimiento proporcional a la magnitud de esta, así es que, en su “domicilio habitual” van a erigir un monumento en su honor, expondrán los mejores momentos de su vida y podremos deleitarnos observando los regalos que le han llegado de todos los rincones del mundo.

Gracias a estas noticias, ha aumentado mi ego, y ahora me siento participe directo de la victoria de España, dado que al igual que nuestro querido octópodo, también predije la victoria de nuestra selección desde el principio.
La fama no va con mi estilo de vida, pero tal vez si hubiera amaestrado a una mascota para ir siempre a una urna ahora recibiría magníficas ofrendas de diferentes países.  

Espero que los jefes de marketing del ‘Sea Life Aquarium’ sepan aprovechar el tirón, y le den sepultura, así el uno de noviembre tendrán flores suficientes para decorar el acuario entero y, porque no, parte de Alemania.

Visto lo visto debemos agradecer que personajes como Rappel, Aramis Fuster y cia jamás acierten en sus predicciones, pues las consecuencias podrían ser funestas.



Ondeemos nuestras banderas a media asta españoles, ha muerto el pulpo Paul.

CASUALIDADES DEL DESTINO

Aquel día el sol salió tras un manto de nubes plomizas, proyectando una tenue luz grisácea por el pueblo. El paisaje estaba dotado de una hermosura natural, aunque destilaba un fuerte perfume a tristeza y melancolía, predecesor quizá, de la tormenta que se aproximaba.
           
Él se encontraba dentro, sentado en una de las mesas. Su mirada se centraba en unas figuras de madera, situadas sobre un tablero de casillas blancas y negras. Su cara manifestaba una increíble concentración, preparaba su siguiente movimiento.

Un trueno penetró los cristales de la sala, produciendo un ruido ensordecedor, levantó la vista y la vio por primera vez. Sus ojos se escondían tras una abundante cabellera castaño oscuro, pero se podía adivinar en ellos la hermosura de una gema azulada. Sus miradas se cruzaron por un instante, ella sonrió, su boca era perfecta, también su sonrisa.

Bajó la cabeza avergonzado, y se dispuso a realizar su jugada, pero ahora ella era la única que invadía su mente, deseaba besarla, decirle que jamás, en toda su vida, había visto belleza semejante.
           
Sin darle demasiada importancia a la partida, movió, se levantó decidido a hablar con ella, pero ya no estaba ahí. Recorrió la sala de punta a punta, pero no había señal de su presencia.

Volvió a su partida abatido, creía que no la volvería a ver.  Apuntó la última jugada de su rival y se dio cuenta de que alguien más había escrito en su planilla.

Salió fuera esperando encontrarse con ella, tardó unos segundos en ver como se subía a un coche y desaparecía al girar por una calle cercana.

Se quedó solo, mientras el viento zarandeaba con fuerza aquel papel, en el que ella apuntó su número…

Hoy han ido a ese lugar y han recorrido juntos las calles del pueblo en el que se conocieron. Él cree que fue el destino… y ella su voluntad.




P.D. Él ganó su partida antes de encender su móvil, el resto os lo podéis imaginar…

lunes, 25 de octubre de 2010

UN PASADO RECORDADO

Como tantas otras mañanas subió al coche, se miró en el espejo retrovisor y sonrió, su corazón le latía con fuerza llenando de vida cada rincón de su cuerpo, estaba nervioso, esta vez no iba al trabajo, se dirigía a otro lugar.

Durante el trayecto le asaltaron recuerdos que muchas veces había intentado olvidar, recuerdos de un amor, recuerdos de un adiós, recuerdos de un final…

Esperó en el andén durante varias horas, el deseo le hizo llegar mucho antes de la hora anunciada, hacía frío, sus piernas temblaban a un ritmo frenético, pero por sus manos resbalaba el sudor del ansia y el anhelo.

Observó a una pareja de jóvenes cogiendo un tren, estaban abrazados y sonreían, tal vez huían hacía un paraíso soñado, que seguramente era cualquier sitio en el que estuvieran juntos. Una sonrisa con cierto toque de amargura se le dibujo en el rostro.
-Ojala que tengan suerte. –Pensó

Se quedó absorto en sus pensamientos y perdió la noción del tiempo, al cabo de un rato le despertó una voz.
-No has cambiado nada, sigues igual que hace diecisiete años.
Él se volvió en el acto, y se encontró con un rostro que poco se diferenciaba de aquel por el que tantas veces suspiró cuando era joven.
-Tú si, estás mucho más guapa.

Pasaron horas y horas hablando, ella le contó como había sido su vida desde que abandonó la ciudad. Le habló de su trabajo, de su marido con el que llevaba seis años felizmente casada, y de sus hijos, a los que quería locamente.
Él hizo lo propio y sintetizo esos diecisiete años en unos minutos, en los que le habló de su mujer, de su hija y de su satisfactorio trabajo.

Tras la puesta al día de sus vidas, recordaron juntos aquellas tardes, lejanas pero no olvidadas, en las que se besaban a escondidas, se contaban secretos y paseaban a la orilla del mar cogidos de la mano.

Pasaron la noche juntos, en el hotel donde dieron rienda suelta a su pasión por primera vez hace ya tiempo. Durante unas horas aparcaron sus vidas y se dejaron llevar.

A la mañana siguiente amaneció solo, ella se había ido, para siempre. Había dejado una nota debajo de la almohada.
“Nunca te olvidé”

Como tantas otras mañanas subió al coche, se miró en el espejo retrovisor y sonrió, retomando de nuevo su camino.

domingo, 24 de octubre de 2010

CRÓNICA DE UNA MUERTE PENSADA

Desde las alturas todo se veía diferente, podía ver desde arriba el mundo que tanto odiaba. La gente, que nada le importaba, apenas eran pequeñas manchas moviéndose locamente de un lado para otro. Los bocinazos de los coches aumentaban todavía más su dolor de cabeza. La lluvia le había empapado, pero el ya no sentía humedad, ni frío ni tristeza, había dejado de sentir hacía ya mucho tiempo.
            -Esta noche acabará todo. –Pensó
            En un momento levantó la vista, y a través de una ventana del edificio de enfrente pudo ver a una pareja besándose apasionadamente en la cama. Él le decía algo al oído, ella reía, al cabo de un rato estaban haciendo el amor envueltos en un aura de cariño y afecto.
La escena era preciosa, él la presenciaba con indiferencia, su semblante era serio, y su mirada gozaba de la determinación que poseen aquellos que han tomado una decisión irrevocable.
            Aunque su cara no mostraba emoción alguna, una lágrima empezó a deslizarse por su mejilla, él dejó que recorriera su rostro… y al final cayó al vacío, pudo ver como su lágrima trazaba el camino que él iba a seguir a continuación.
            De pie en aquella cornisa inspiró y espiró por última vez antes de lanzarse al abismo.
            Cuando abrió los ojos vio un corro de gente arremolinarse a su alrededor, se levantó, pero las miradas ya no se dirigían a él, sino a su cuerpo, ahora sin vida en el asfalto.
            Huyó de ahí presa del pánico… ¡Pero qué extraña era esa sensación para él!, sentía miedo, hacía tanto tiempo que no sentía nada…
            Recorrió las calles, solitario, prestando atención a cada persona, observando sus caras, sus gestos; escuchando sus diálogos, y disfrutando sus alegrías. Se quedó mirando a unos niños, que jugaban en un charco mientras reían despreocupadamente…
            Enseguida se dio cuenta de todo lo que había perdido y ya nunca más tendría…
            -¡Cuanta vida se respira en cada soplo de aire! ¡Cuanta belleza reside en los árboles, en el viento, en la lluvia…!
            Con este pensamiento supo el muerto que no había amado… qué nunca más podría hacerlo.
            -¡Cuántas cosas me perdí, y morí por no encontrarlas!


Maldito sea el hombre, que cuando tiene ansía más, y si lo pierde, se tortura por no ver lo que tenía.