Aquel día el sol salió tras un manto de nubes plomizas, proyectando una tenue luz grisácea por el pueblo. El paisaje estaba dotado de una hermosura natural, aunque destilaba un fuerte perfume a tristeza y melancolía, predecesor quizá, de la tormenta que se aproximaba.
Él se encontraba dentro, sentado en una de las mesas. Su mirada se centraba en unas figuras de madera, situadas sobre un tablero de casillas blancas y negras. Su cara manifestaba una increíble concentración, preparaba su siguiente movimiento.
Un trueno penetró los cristales de la sala, produciendo un ruido ensordecedor, levantó la vista y la vio por primera vez. Sus ojos se escondían tras una abundante cabellera castaño oscuro, pero se podía adivinar en ellos la hermosura de una gema azulada. Sus miradas se cruzaron por un instante, ella sonrió, su boca era perfecta, también su sonrisa.
Bajó la cabeza avergonzado, y se dispuso a realizar su jugada, pero ahora ella era la única que invadía su mente, deseaba besarla, decirle que jamás, en toda su vida, había visto belleza semejante.
Sin darle demasiada importancia a la partida, movió, se levantó decidido a hablar con ella, pero ya no estaba ahí. Recorrió la sala de punta a punta, pero no había señal de su presencia.
Volvió a su partida abatido, creía que no la volvería a ver. Apuntó la última jugada de su rival y se dio cuenta de que alguien más había escrito en su planilla.
Salió fuera esperando encontrarse con ella, tardó unos segundos en ver como se subía a un coche y desaparecía al girar por una calle cercana.
Se quedó solo, mientras el viento zarandeaba con fuerza aquel papel, en el que ella apuntó su número…
Hoy han ido a ese lugar y han recorrido juntos las calles del pueblo en el que se conocieron. Él cree que fue el destino… y ella su voluntad.
GV ZÑL ^.^
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