sábado, 30 de octubre de 2010

UN SECRETO ESCONDIDO. Capítulo 1

El silencio, esa era la única compañía que tenía en casa, que pese a lo ostentoso de su decoración, me seguía pareciendo vacía, desde la muerte de mi esposa.
           
Aquella noche decidí ponerme a leer, no me atraía demasiado la idea de irme a dormir, así que me senté en el butacón de piel que presidía el salón, abrí el libro y me encendí un cigarrillo.

Pasaron unos minutos hasta que escuche el primer ruido, procedía del exterior, me asomé a la cristalera que daba al jardín pero solo veía oscuridad.
-Habrá sido algún animal. -Pensé
Volví al sofá riéndome de mi mismo, me había asustado por un miserable ruido...

El segundo ruido fue mucho más intenso, pero esta vez venía del interior de la casa, de la buhardilla. Me levanté del sofá y me dirigí cautelosamente al armario donde guardaba la escopeta. Cada vez que daba un paso, el suelo de parquet crujía bajo mis pies. El corazón me iba a explotar.
Nada más cogerla noté un metal frío en la nuca.
-Suéltala y estate calladito, si te portas bien no te haré daño.
Tenía una voz desgarrada que helaba la sangre.
-Coge lo que quieras y vete, tengo mucho dinero guardado en los cajones de mi cómoda.
-No me interesa tu dinero.

Me ató a una silla y se colocó enfrente de mí. Iba vestido completamente de negro, y un pasamontañas cubría su rostro, mostrando únicamente la boca y los ojos, unos ojos fríos e inexpresivos.

-¿Dónde está?
Al hablar no mostraba ninguna emoción, parecía una máquina.
-No se de qué me estas hablando.
-No me intentes engañar.
Apenas sentí dolor cuando me dio el puñetazo, estaba tan nervioso que no sentía nada, solo miedo.
-¡Dónde está!
En medio de una total confusión vi cómo alzaba de nuevo su puño. Cerré los ojos esperando que me golpease. Pero el golpe no llegó. Al abrirlos pude ver a otro hombre, de cuya presencia ni mi agresor ni yo nos habíamos percatado hasta entonces, estrangulando al desconocido que había irrumpido en mi casa.
Desató las cuerdas y me ayudo a levantarme.
-Tenemos que salir de aquí.
La situación se había apoderado de mí totalmente, me entró la histeria y empecé a gritar.
-¿Quién era ese tío? ¿Qué buscaba? ¿Quién eres tú?
-Cállate, estoy aquí para protegerte, ese hombre buscaba algo que perteneció a Sara, algo muy importante.
-¿Qué perteneció a mi mujer?
-Salgamos rápido de aquí, corremos peligro.
                                                                                       

miércoles, 27 de octubre de 2010

CONSTERNACIÓN NACIONAL

Los medios de comunicación se han hecho eco estos días de la muerte de un pulpo. Pese a lo absurdo que la noticia pueda parecer, no es baladí, pues hoy he leído en la red de redes que: “Quien nos hiciese campeones del mundo ha fallecido en su domicilio habitual”

Su hazaña, por supuesto, merece un reconocimiento proporcional a la magnitud de esta, así es que, en su “domicilio habitual” van a erigir un monumento en su honor, expondrán los mejores momentos de su vida y podremos deleitarnos observando los regalos que le han llegado de todos los rincones del mundo.

Gracias a estas noticias, ha aumentado mi ego, y ahora me siento participe directo de la victoria de España, dado que al igual que nuestro querido octópodo, también predije la victoria de nuestra selección desde el principio.
La fama no va con mi estilo de vida, pero tal vez si hubiera amaestrado a una mascota para ir siempre a una urna ahora recibiría magníficas ofrendas de diferentes países.  

Espero que los jefes de marketing del ‘Sea Life Aquarium’ sepan aprovechar el tirón, y le den sepultura, así el uno de noviembre tendrán flores suficientes para decorar el acuario entero y, porque no, parte de Alemania.

Visto lo visto debemos agradecer que personajes como Rappel, Aramis Fuster y cia jamás acierten en sus predicciones, pues las consecuencias podrían ser funestas.



Ondeemos nuestras banderas a media asta españoles, ha muerto el pulpo Paul.

CASUALIDADES DEL DESTINO

Aquel día el sol salió tras un manto de nubes plomizas, proyectando una tenue luz grisácea por el pueblo. El paisaje estaba dotado de una hermosura natural, aunque destilaba un fuerte perfume a tristeza y melancolía, predecesor quizá, de la tormenta que se aproximaba.
           
Él se encontraba dentro, sentado en una de las mesas. Su mirada se centraba en unas figuras de madera, situadas sobre un tablero de casillas blancas y negras. Su cara manifestaba una increíble concentración, preparaba su siguiente movimiento.

Un trueno penetró los cristales de la sala, produciendo un ruido ensordecedor, levantó la vista y la vio por primera vez. Sus ojos se escondían tras una abundante cabellera castaño oscuro, pero se podía adivinar en ellos la hermosura de una gema azulada. Sus miradas se cruzaron por un instante, ella sonrió, su boca era perfecta, también su sonrisa.

Bajó la cabeza avergonzado, y se dispuso a realizar su jugada, pero ahora ella era la única que invadía su mente, deseaba besarla, decirle que jamás, en toda su vida, había visto belleza semejante.
           
Sin darle demasiada importancia a la partida, movió, se levantó decidido a hablar con ella, pero ya no estaba ahí. Recorrió la sala de punta a punta, pero no había señal de su presencia.

Volvió a su partida abatido, creía que no la volvería a ver.  Apuntó la última jugada de su rival y se dio cuenta de que alguien más había escrito en su planilla.

Salió fuera esperando encontrarse con ella, tardó unos segundos en ver como se subía a un coche y desaparecía al girar por una calle cercana.

Se quedó solo, mientras el viento zarandeaba con fuerza aquel papel, en el que ella apuntó su número…

Hoy han ido a ese lugar y han recorrido juntos las calles del pueblo en el que se conocieron. Él cree que fue el destino… y ella su voluntad.




P.D. Él ganó su partida antes de encender su móvil, el resto os lo podéis imaginar…

lunes, 25 de octubre de 2010

UN PASADO RECORDADO

Como tantas otras mañanas subió al coche, se miró en el espejo retrovisor y sonrió, su corazón le latía con fuerza llenando de vida cada rincón de su cuerpo, estaba nervioso, esta vez no iba al trabajo, se dirigía a otro lugar.

Durante el trayecto le asaltaron recuerdos que muchas veces había intentado olvidar, recuerdos de un amor, recuerdos de un adiós, recuerdos de un final…

Esperó en el andén durante varias horas, el deseo le hizo llegar mucho antes de la hora anunciada, hacía frío, sus piernas temblaban a un ritmo frenético, pero por sus manos resbalaba el sudor del ansia y el anhelo.

Observó a una pareja de jóvenes cogiendo un tren, estaban abrazados y sonreían, tal vez huían hacía un paraíso soñado, que seguramente era cualquier sitio en el que estuvieran juntos. Una sonrisa con cierto toque de amargura se le dibujo en el rostro.
-Ojala que tengan suerte. –Pensó

Se quedó absorto en sus pensamientos y perdió la noción del tiempo, al cabo de un rato le despertó una voz.
-No has cambiado nada, sigues igual que hace diecisiete años.
Él se volvió en el acto, y se encontró con un rostro que poco se diferenciaba de aquel por el que tantas veces suspiró cuando era joven.
-Tú si, estás mucho más guapa.

Pasaron horas y horas hablando, ella le contó como había sido su vida desde que abandonó la ciudad. Le habló de su trabajo, de su marido con el que llevaba seis años felizmente casada, y de sus hijos, a los que quería locamente.
Él hizo lo propio y sintetizo esos diecisiete años en unos minutos, en los que le habló de su mujer, de su hija y de su satisfactorio trabajo.

Tras la puesta al día de sus vidas, recordaron juntos aquellas tardes, lejanas pero no olvidadas, en las que se besaban a escondidas, se contaban secretos y paseaban a la orilla del mar cogidos de la mano.

Pasaron la noche juntos, en el hotel donde dieron rienda suelta a su pasión por primera vez hace ya tiempo. Durante unas horas aparcaron sus vidas y se dejaron llevar.

A la mañana siguiente amaneció solo, ella se había ido, para siempre. Había dejado una nota debajo de la almohada.
“Nunca te olvidé”

Como tantas otras mañanas subió al coche, se miró en el espejo retrovisor y sonrió, retomando de nuevo su camino.

domingo, 24 de octubre de 2010

CRÓNICA DE UNA MUERTE PENSADA

Desde las alturas todo se veía diferente, podía ver desde arriba el mundo que tanto odiaba. La gente, que nada le importaba, apenas eran pequeñas manchas moviéndose locamente de un lado para otro. Los bocinazos de los coches aumentaban todavía más su dolor de cabeza. La lluvia le había empapado, pero el ya no sentía humedad, ni frío ni tristeza, había dejado de sentir hacía ya mucho tiempo.
            -Esta noche acabará todo. –Pensó
            En un momento levantó la vista, y a través de una ventana del edificio de enfrente pudo ver a una pareja besándose apasionadamente en la cama. Él le decía algo al oído, ella reía, al cabo de un rato estaban haciendo el amor envueltos en un aura de cariño y afecto.
La escena era preciosa, él la presenciaba con indiferencia, su semblante era serio, y su mirada gozaba de la determinación que poseen aquellos que han tomado una decisión irrevocable.
            Aunque su cara no mostraba emoción alguna, una lágrima empezó a deslizarse por su mejilla, él dejó que recorriera su rostro… y al final cayó al vacío, pudo ver como su lágrima trazaba el camino que él iba a seguir a continuación.
            De pie en aquella cornisa inspiró y espiró por última vez antes de lanzarse al abismo.
            Cuando abrió los ojos vio un corro de gente arremolinarse a su alrededor, se levantó, pero las miradas ya no se dirigían a él, sino a su cuerpo, ahora sin vida en el asfalto.
            Huyó de ahí presa del pánico… ¡Pero qué extraña era esa sensación para él!, sentía miedo, hacía tanto tiempo que no sentía nada…
            Recorrió las calles, solitario, prestando atención a cada persona, observando sus caras, sus gestos; escuchando sus diálogos, y disfrutando sus alegrías. Se quedó mirando a unos niños, que jugaban en un charco mientras reían despreocupadamente…
            Enseguida se dio cuenta de todo lo que había perdido y ya nunca más tendría…
            -¡Cuanta vida se respira en cada soplo de aire! ¡Cuanta belleza reside en los árboles, en el viento, en la lluvia…!
            Con este pensamiento supo el muerto que no había amado… qué nunca más podría hacerlo.
            -¡Cuántas cosas me perdí, y morí por no encontrarlas!


Maldito sea el hombre, que cuando tiene ansía más, y si lo pierde, se tortura por no ver lo que tenía.