La verdad es que no sabía por donde empezar a investigar. Anduve durante una hora, sin rumbo, absorto en mis pensamientos. No hubiera parado en aquel quiosco de no haber visto la portada del Washington Post, en la que figuraba mi casa. Lo que quedaba de ella.
El titular decía así:“Un hombre muere calcinado al incendiarse su casa en Brookmont.” No había lugar a dudas, hablaban de mí.
Leí con atención el resto de la noticia: “J.S. de 37 años de edad murió anoche, sobre las 22:00h, en su casa de Brookmont, en el 4108 de Maryland Avenue. No se ha confirmado aún la causa del incendio, todo apunta a un accidente doméstico ya que la policía no ha encontrado pruebas fehacientes de que haya sido provocado.”
Casi no les había dado tiempo a investigar y ya estaban anunciando mi muerte, incluso cómo fue. Supuse que con Sara usaron el mismo criterio, la explicación más sencilla es siempre la correcta, aunque en estos casos no era así.
Ahora era un fantasma, no tenía nada, salvo mi cabaña y cien dólares en efectivo. Tenía que averiguar de que iba todo esto, fuera lo que fuese le había costado la vida a Sara.
Faltaban dos horas para que Trent pasara a recogerme, así que tenía que darme prisa si quería recabar algo de información.
Pregunté a una mujer dónde estaba la biblioteca más cercana y me dirigí allí lo más rápido que pude.
Me senté en uno de los ordenadores, abrí el navegador y tecleé su nombre. Sara Bale Johnson.
Internet es un mundo demasiado grande, las entradas sobre mi mujer eran incontables. Sus artículos sobre criptología eran famosos en todo el mundo, era una eminencia en la universidad de Washington, donde daba clases sobre el tema, varias revistas científicas le dedicaban una o dos páginas en sus webs.
Su muerte había causado una gran conmoción en aquellos que admiraban su trabajo y podían leerse titulares como: “La mejor criptóloga del mundo nos ha dejado”, “La Doctora Sara Bale deja como legado una obra fantástica”…
La verdad es que no sabía mucho sobre el trabajo de Sara, tantos números y letras sin sentido aparente me volvían loco.
Los periódicos se hacían eco de su muerte, contando básicamente lo que yo sabía de antemano.
Pensaba que no encontraría nada de interés hasta que di con la noticia de un periodista, que insinuaba que la policía había tenido dudas a la hora de calificar la muerte de Sara como un accidente, pero que no había nada que demostrara lo contrario con claridad. Me apunte el nombre del periodista y cerré el navegador.
Justo cuando iba a levantarme se me ocurrió una idea, busque en Internet la frase que me había escrito Sara. Nada más ver los resultados de la búsqueda apagué el ordenador y salí de allí.
-¡Joder! ¡Cómo no me dí cuenta antes!
Daniii ya estas tardando con el quinto, que intriga!!ahora me meto al google a teclear "Lo esencial es invisible a los ojos" por cierto has visto el contador de visitas??crece como la espuma!!sigue asi!
ResponderEliminarMuy buena entrega, maestrísimo! La trama crece con cada capítulo y éste último es, para mi gusto, el mejor de los cuatro que llevas escritos. Reflexiones en primera persona y frases cortas pero sentenciosas: ¡así se escribe un thriller!
ResponderEliminarMi más sincera enhorabuena, una vez más.
Antonio Abós.
Capítulo 5 ya, ¡por favor! ¡Saca tiempo de tu apretada rutina y dame más! ¡Quiero más! ¡Un cuarto capítulo digno de la mismísima Agatha Christie!
ResponderEliminarIñigo