sábado, 20 de noviembre de 2010

UN SECRETO ESCONDIDO. Capítulo 5

Acudí a la plaza donde Trent tenía que recogerme. Las tres horas que acordamos ya habían pasado y no aparecía. Esperé media hora más antes de irme de allí, fijándome en todo lo que acontecía a mi alrededor y con la sensación de que algo iba mal.
La angustia empezó a dominarme, cada rostro que se cruzaba en mi camino me parecía amenazador o, en el mejor de los casos, sospechoso.
Una mujer de avanzada edad se acercó a mí, caminaba a duras penas con ayuda de un bastón, parecía preocupada.
-¿Está usted bien señor? Tiene muy mal color, ¿necesita algo?
La verdad es que no me encontraba en perfectas condiciones pero aceptar la ayuda de una anciana me parecía deplorable.
-No gracias señora, estoy bien, un bajón de azúcar simplemente.
-Vaya al médico, no tiene buen aspecto hijo.
-Vale, gracias, hasta luego señora.
Tras alejarme de allí decidí sentarme en un banco. Tenía que calmarme, Trent se habrá retrasado y no ha podido avisarme, tarde o temprano me llamará. Poco a poco mi cuerpo volvía a la calma. La lluvia que empezó a caer, la barahúnda del tráfico y el ensordecedor tumulto de gente refugiándose bajo los portales impedían que pensara con claridad.

Darme un paseo hasta las oficinas del periódico donde se insinuaba la sospechosa muerte de mi esposa me pareció una buena opción, quizá me resolvía algunas dudas sobre todo esto.
Se me pasó por la cabeza abandonar, irme lejos, muy lejos, y olvidarme de todo. Al fin y al cabo no iba a poder traer a mi mujer de nuevo hiciese lo que hiciese, pero algo en mi interior me obligaba a avanzar, la necesidad de encontrar un culpable a quien hacerle pagar todo lo que había hecho, ese era mi único estímulo.

La entrada de las oficinas daba verdadera pena, delgadas grietas recorrían las paredes, pintadas de un gris uniforme, símbolo de la alegría que allí se respiraba. Todo era viejo y cochambroso, como la secretaria que estaba sentada en aquella mesa, que parecía no gustarle demasiado mi presencia.

-¿Qué desea?
-Vengo a ver a Mark Hennings.
-¿Sabe él de su… inesperada visita?
-Si lo supiera no sería inesperada.
-¿Qué es lo qué quiere?
Esa mujer era irritante, daba grima y me estaba sacando de quicio.
-Ya le he dicho que vengo a ver a Mark Hennings, ¿podría avisarle?
Soltó un desagradable gruñido, cogió el teléfono y marcó unos números. Tras una breve conversación me dijo que pasará al despacho del señor Hennings. En su puerta pude leer: “Redactor Jefe”

-Buenas tardes señor Hennings, soy Paul Wellstron, detective privado.
Había pensado un buen rato qué iba a decirle, en los periódicos de hoy se hablaba de mi muerte, quizá no tenía ni idea, pero era mejor no arriesgar. Lo de detective privado me pareció una buena idea para sacar información.
-Lo mismo digo señor Wellstron, ¿en qué puedo ayudarle?
Su despacho gozaba de la misma decoración que la entrada, lo cual me hizo intuir que no les iba demasiado bien. De hecho hasta esta mañana yo no conocía el nombre de su periódico.
-¿Escribió usted el artículo sobre la muerte de Sara Bale?
-¿La criptóloga? Si, yo lo escribí, me pareció muy interesante.
-¿Es verdad eso que dijo sobre que la policía tuvo dudas a la hora de calificar la muerte de Sara como accidente?
-Yo nunca miento en mis artículos señor Wellstron.
-No pretendía ofenderle señor Hennings.
-Puede llamarme Mark.
-¿Por qué tuvo dudas la policía?
-Bueno… no todo el cuerpo de policía tuvo dudas, uno de los policías que acudieron al lugar de los hechos era amigo mío. Me confesó que era todo un poco raro, no había signos de frenado en la curva y el hombre que llamó para avisar del suceso, que estaba en una gasolinera cerca del lugar donde Sara murió, testificó ante la policía que oyó un claxon a lo lejos, salió para ver que pasaba y vio pasar un coche a toda velocidad, haciendo eses y sin dejar de pitar. Al principio pensaron que Sara iba borracha. Los resultados toxicológicos dieron negativo. Entonces… si Sara estaba en perfectas condiciones… y no estaba dormida… ¿por qué no frenó? Antes de que la investigación siguiera su curso sus superiores dieron por cerrado el caso. Se calificó como accidente y quedó todo archivado.
Me quedé sorprendido de lo fácil que había sido sacarle la información.
-¿Es posible que manipularan su coche?
-Si, era una de las hipótesis, pero no se comprobó.
-¿Sería posible hablar con su amigo?
-No. Murió hace dos días.
-Vaya, lo siento mucho. ¿Cómo fue?
-Un tiroteo, ya sabe, es uno de los problemas de ser poli, acudió a una llamada por una reyerta entre bandas… y acabó muerto, él y su compañero. Espero que cuando encuentren al que le disparó lo torturen hasta morir.
-¿El compañero también acudió al lugar donde Sara murió?
-Si claro, fueron ellos dos los que se encargaron de llevar el caso. De todas formas ya está cerrado, no hay nada que investigar. Por cierto… ¿por qué está usted haciendo preguntas sobre este tema?
-La familia de Sara me contrató, ellos piensan que hay algo raro detrás de todo esto.
La única familia que tenía mi mujer era yo…
-Entiendo, pues si descubre algo nuevo no dude en decírmelo, este periódico necesita un bombazo como agua de mayo.
-Así lo haré Mark. Muchas gracias por todo. Me ha sido de gran ayuda.
-De nada, pase un buen día Paul, encantado de conocerle.
-Lo mismo digo.

Esperaba que fuera mera coincidencia que los policías que investigaron la muerte de Sara estén muertos… Pero si no era así algo muy gordo había detrás de todo esto. Tenía que volver a la cabaña para descubrir lo que me quiso decir Sara con aquel mensaje.

Nada más salir a la calle me sonó el móvil. Era Trent.
             
                          

miércoles, 10 de noviembre de 2010

UN SECRETO ESCONDIDO. Capítulo 4

La verdad es que no sabía por donde empezar a investigar. Anduve durante una hora, sin rumbo, absorto en mis pensamientos. No hubiera parado en aquel quiosco de no haber visto la portada del Washington Post, en la que figuraba mi casa. Lo que quedaba de ella.
El titular decía así:“Un hombre muere calcinado al incendiarse su casa en Brookmont.” No había lugar a dudas, hablaban de mí.
Leí con atención el resto de la noticia: “J.S. de 37 años de edad murió anoche, sobre las 22:00h, en su casa de Brookmont, en el 4108 de Maryland Avenue. No se ha confirmado aún la causa del incendio, todo apunta a un accidente doméstico ya que la policía no ha encontrado pruebas fehacientes de que haya sido provocado.”
Casi no les había dado tiempo a investigar y ya estaban anunciando mi muerte, incluso cómo fue. Supuse que con Sara usaron el mismo criterio, la explicación más sencilla es siempre la correcta, aunque en estos casos no era así.

Ahora era un fantasma, no tenía nada, salvo mi cabaña y cien dólares en efectivo. Tenía que averiguar de que iba todo esto, fuera lo que fuese le había costado la vida a Sara.
Faltaban dos horas para que Trent pasara a recogerme, así que tenía que darme prisa si quería recabar algo de información.

Pregunté a una mujer dónde estaba la biblioteca más cercana y me dirigí allí lo más rápido que pude.
Me senté en uno de los ordenadores, abrí el navegador y tecleé su nombre. Sara Bale Johnson.
Internet es un mundo demasiado grande, las entradas sobre mi mujer eran incontables. Sus artículos sobre criptología eran famosos en todo el mundo, era una eminencia en la universidad de Washington, donde daba clases sobre el tema, varias revistas científicas le dedicaban una o dos páginas en sus webs.
Su muerte había causado una gran conmoción en aquellos que admiraban su trabajo y podían leerse titulares como: “La mejor criptóloga del mundo nos ha dejado”, “La Doctora Sara Bale deja como legado una obra fantástica”…
La verdad es que no sabía mucho sobre el trabajo de Sara, tantos números y letras sin sentido aparente me volvían loco.
Los periódicos se hacían eco de su muerte, contando básicamente lo que yo sabía de antemano.

Pensaba que no encontraría nada de interés hasta que di con la noticia de un periodista, que insinuaba que la policía había tenido dudas a la hora de calificar la muerte de Sara como un accidente, pero que no había nada que demostrara lo contrario con claridad. Me apunte el nombre del periodista y cerré el navegador.

Justo cuando iba a levantarme se me ocurrió una idea, busque en Internet la frase que me había escrito Sara. Nada más ver los resultados de la búsqueda apagué el ordenador y salí de allí.
-¡Joder! ¡Cómo no me dí cuenta antes!


                                                                


jueves, 4 de noviembre de 2010

UN SECRETO ESCONDIDO. Capítulo 3

Pasé una noche horrible. Las pesadillas sobre la muerte de mi mujer se sucedían una tras otra. Se me aparecía con la cara ensangrentada dentro del coche destrozado. Me susurraba una única palabra…”Ayúdame”.
Un sudor frío recorría mi cuerpo, abrí los ojos. La luz del sol inundaba la habitación, así que decidí levantarme. Se veía el lago desde la ventana, era una vista preciosa. Sara se empeñó en comprar esta cabaña, decía que sería nuestro templo, que nadie nos podría molestar.
Al principio pasábamos aquí casi todos los fines de semana, nos bañábamos en el lago, nos tumbábamos fuera a ver las estrellas, hacíamos el amor… Más tarde la empresa para la que trabajo se empeñó en invertir en el extranjero. Me concedieron el puesto de comercial, mi nómina se incrementó considerablemente, pero pasaba semanas fuera de casa.

Sara debió pasar aquí los días antes a su muerte mientras yo estaba en Canadá firmando una venta. El escritorio estaba lleno de papeles. Tardé en ver un sobre rojo que asomaba entre los folios. Cuando éramos jóvenes nos mandábamos cartas en sobres rojos, era nuestra seña de identidad. Lo abrí y leí la única frase que escribió: “Lo esencial es invisible a los ojos”.
No tenía ni idea que me quería decir con eso. Miré el papel a través de la luz pero no vi nada extraño. Decidí guardármelo. Ya investigaría más adelante que significaba aquello. Aquí no podía hacer nada.

El sonido de la cafetera despertó a Trent, que estaba dormido en el sofá. La noche anterior insistió mucho en no dejarme solo, quería ir a un hotel, pero le informe de la existencia de este lugar.
Se notaba que había dormido poco, tenía los ojos enrojecidos y unas ojeras atroces. Seguramente había estado toda la noche sin pegar ojo hasta que el sueño le arrebató unas horas. Quizá una.

-Buenos días señor Sullivan.
Me saludó a través de la barra americana que separa el salón de la cocina.
-Buenos días Trent. Siento haberle despertado con el ruido.
-Nada, no se preocupe. ¿Qué tal? ¿Cómo ha pasado la noche?
Decidí no mencionarle nada del sobre. Supuse que Sara quería que solo lo leyera yo. Ya tendría tiempo de decírselo si necesitaba su ayuda.
-Bueno, he tenido noches mejores.
Le dejé el café en la barra.
-¿Un poco de leche o solo?
-Solo, gracias.
Le dio un sorbo y siguió hablando.
-Señor Sullivan, tengo que ir a Washington, he de ver a unos viejos amigos, quizá puedan ayudarme a arrojar un poco de luz a todo esto.
-Le acompañaré. Buscaré información por mi cuenta.

El tráfico era ligero, tardamos en llegar una hora y media. Trent me dejó en la plaza del Capitolio.
-A cualquier cosa sospechosa que vea llámeme. No le cuente a nadie lo que pasó anoche. Dentro de tres horas nos vemos aquí.
Cerré la puerta y se alejó. El cielo comenzó a nublarse. Se respiraba la humedad. Todo hacía presagiar que no iba a ser un buen día.


lunes, 1 de noviembre de 2010

UN SECRETO ESCONDIDO. Capítulo 2

Mi casa, construida en su mayor parte con madera de pino, no tardó en arder. Yo estaba tan conmocionado que ni siquiera traté de impedírselo.
Fuimos corriendo hasta su coche y salimos de allí. Me giré y vi a través de la luna trasera cómo las llamas engullían lo que una vez fue mi sueño…nuestro sueño.

-Cuando descubran el cuerpo pensarán que es usted. Así ganaremos tiempo.
Por primera vez me fije en aquel hombre, debía medir unos dos metros, era difícil adivinar su edad, tenía un cuerpo atlético y su rostro gozaba de un aspecto juvenil. Sus ojos, grises como su cabello, reflejaban el cansancio del tiempo, como huellas de una vida cargada de remordimientos.

-¡Dime quién coño eres! ¡De qué conocías a Sara!
Su mirada no se desvió del asfalto.
-Mi nombre es Demian Trent. Ex agente del FBI. Tu mujer y yo nos conocimos hace muchos años. Éramos compañeros en el instituto.
-¿Qué hacías en mi casa? ¿Por qué me proteges?
-Es complicado.
Paramos en una cafetería a unos dos kilómetros de lo que fue mi casa. Nos sentamos en la mesa más apartada, él pidió un café solo, yo un whisky con hielo.

-Sara me llamó hace seis días.
-El día en que murió…
-Me dijo que había descubierto algo. Creía estar en grave peligro. Ella comentó que estaba relacionado con su trabajo, que gente importante estaba implicada en algo gordo. Quedé con ella a las ocho de la tarde, pero ya no llegó.
-¿Con su trabajo? Yo no sabía nada, ella no me lo contó.
Trent dio un sorbo a su café, y se quedó mirándome con una expresión que mezclaba lástima y preocupación.
-¿Qué es lo que no me ha contado Señor Trent? ¿Por qué vigilaba usted mi casa?
-Pensé que exageraba, pero sus últimas palabras fueron: “Si algo me pasase, protege a Jack, quizá también esté en peligro.”

Una idea surgió en mi cabeza, junto a ella, un nudo en el estomago. Empecé a temblar, me costaba respirar…

-Señor Sullivan ¿está usted bien?
-¿Qué sabe de la muerte de mi mujer?
-Oficialmente lo mismo que usted, el asfalto estaba mojado por la lluvia, iba a más velocidad de la permitida y se salió de la carretera en una curva.
-¿Qué piensa usted?
-Señor Sullivan…creo que tengo motivos para pensar que ese accidente fue provocado.
-Quiere decir que…
-La asesinaron.