Cerró los ojos para ser libertad.
Le dio sepultura a la rutina, enterrando junto a ella todos sus miedos.
La oscuridad pasó a ser el lienzo en el que daba forma a los sueños con los que construía el día a día.
El aire que respiraba se convertía en bocanadas de felicidad al abandonar sus labios en cada suspiro.
La hierba crujía dulcemente, paralizando el tiempo en cada pisada.
El sol, antes cegador, ahora iluminaba un camino nuevo, no le importaba lo largo que fuese, simplemente no quería acabarlo nunca. Sonreía, y el fulgor de una estrella resplandecía en su mirada y sus ojos eran perlas azabache, profundos, como el océano en el que navegaban sus recuerdos.
Así le plantó cara a la vida, sintiéndose invencible, creyéndose inmortal, y exprimiendo los segundos de cada momento, que aunque a veces fueron tristes, nunca lo bastante para borrarle su sonrisa.